domingo, noviembre 19

anual

Quiero volver a esa casa. Era estrecha, con muebles antiguos, paredes de gotelé, y puertas chirriantes. Un suelo de mármol poco pulido, y habitaciones diminutas. No era el espacio ideal para la convivencia de siete personas en una sola tarde, pero aquellas horas me aportaron más de lo que podría haber soñado. Una salita, una televisión con más de treinta años y un sofá cuyos cojines se resbalaban. Había un ventanuco a la derecha desde dónde podíamos ver un partido de fútbol amistoso, con esos focos blancos que rompían el crepúsculo. No era nada romántico, no era nada con lo que habría suspirado, pero el calor que irradiabas era delicado y gentil con mi piel. Llevabas una sudadera color mostaza. Nunca hubiera pensado que le quedase bien a alguien ese color, pero a ti sí. ¿Sería por tu luminosidad, tu aroma a otoño, la sensación que transmitías de felicidad? Después de varias integrales y ofertas de café por parte de tu madre, estaba adormilada. Me sentía en mi hogar. Era mi refugio, él hacía de protección. Por la ventana se colaba el frío cortante de el anochecer. Hacía mucho calor dentro de la habitación. Manaba de mi corazón, lleno de esperanza, encendiendo una vela al ver entrar al amor en mi vida. De nuevo. Cerraste la ventana. Desde aquella habitación a diez metros de altura, observé las farolas empezar a parpadear por toda la ciudad. Volví en mí misma. Quise ir al baño para echarme agua en la cara. Para poder salir al pasillo, tuve que salir a gatas por debajo de la mesa. O por encima. No había hueco para separar nuestros cuerpos. Respirábamos la misma atmósfera cargada de cierta ilusión.Yo llevaba una camiseta negra, con constelaciones y dinosaurios bordados. Te gustó mucho. Te gustaba el cielo nocturno. Y entonces entendí por qué nos mirábamos así. Orbitábamos uno alrededor del otro sin realmente conocernos - sólo sabíamos que uno sin el otro vagaría indefinidamente, a través del vacío interestelar. Me apoyé en tu hombro, sin saber realmente por qué. Como quien respira y como quien le da una calada a un cigarro, yo me recosté sobre tu brazo. Y entonces fui ingrávida. Todos mis nervios se entrelazaron entre sí, y no fui capaz de volver a sentir el suelo bajo mis pies. No suelo soportar el calor, pero tu presencia febril me hacía temblar de emoción. Me limité a observar tus uñas mordidas, tus ojos de niño, tu sonrisa ingenua. Tu interior, aquello que tanto escondías y detestabas, era puro e impoluto. Era una casa vacía. Necesitaba un huésped - y yo me presté a serlo. Y así, mi alma calada por la lluvia, encontró un techo, y el techo no se sintió solo nunca más. Casi me atreví a mirarte fijamente, pero primero quise probar la resistencia de mi nuevo hogar. Así que hice venir una tormenta, y cuando encontré calor en mitad del aguacero, te besé.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Amor animi arbitrio samitur non ponitur.